06/6/14

TURÍN (Bernardo Bellotto, 1745)

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Esta obra se encuentra en la Galería Sabauda de Turín y fue pintada por Bellotto en 1745. Se trata de uno de los primeros encargos reales que recibió el pintor por parte de Carlo Emmanuelle III, rey de Cerdeña y Duque de Saboya. Forma parte de una serie de pinturas de la época que reflejaban las distintas transformaciones de la ciudad. Representa los trabajos que se llevaban a cabo para la construcción de la fortificación que se situaban sobre el foso del Palacio Real de Turín. Como otros cuadros de la misma época, siglos XVII y XVIII, trata de reflejar y de retratar la vida urbana de la ciudad y algunas de las actividades más importantes del momento. De igual manera, el autor intenta incorporar una perspectiva que permite visualizar los edificios más importantes de la organización urbana de aquellos años.

La ciudad de Turín se encuentra emplazada en el Piamonte italiano, rodeada por los Alpes y al pié de los mismos. Aparece rodeada por cuatro ríos: Estura de Lanzo, Sangone, Po y Dura Riparia. Este último cruza la ciudad por el Norte, mientras que el Po, uno de los más importantes del país, cruza la ciudad por el este en dirección al norte y la divide en dos partes que la caracterizan, la planicie y la colina. Debido a su ubicación se trata de una de las puertas de entrada a la península por el norte.

El origen de Turín se sitúa en el siglo I, en un campamento romano (Casta Taurinorum) que posteriormente se dedicó al emperador Augusto y pasó a denominarse Augusta Taurinorum. Las características de dicho asentamiento han perdurado en el centro de la ciudad, que aún mantiene la típica estructura romana ortogonal en damero. Como podemos comprobar, la morfología urbana de su núcleo ha perdurado dos mil años sin ser modificada, de forma que ha determinado el resto del desarrollo urbanístico. Ni siquiera las numerosas conquistas y algunas asolaciones producto de invasiones, han conseguido cambiar su uniforme centro urbano.

A partir de los siglos XV y XVI, la ciudad sufrió una gran remodelación urbanística en la que intervinieron varios arquitectos y urbanistas de renombre que le proporcionó su aspecto actual. Como ya indicamos, esta gran remodelación también respetó su estructura ortogonal existente desde el principio de nuestra era. Cuando la ciudad pasó a ser capital de los Saboya, por mediación de Manuel Filiberto, recibió su primer gran desarrollo urbanístico a cargo de Carlos Manuel I. Éste mantuvo el trazado original romano, un diseño que consideró racional y muy adecuado a la función otorgada a la ciudad. El primer desarrollo urbanístico fue encargado a Vitozzi alrededor de 1615, el cual diseñó la plaza Castello para que sirviera de nuevo centro urbano y de plaza de armas del Castello y del Palazzo Reale. A ésta, añadió la vía Nuova, eje principal del nuevo barrio, los pórticos de las calles principales y una estructura homogénea de fachadas.

A este desarrollo le siguió la segunda gran modernización, hacia 1620, llevada a cabo por Carlo di Castellamonte. Éste prosiguió el trazado hipodinámico hacia el Sureste inspirado en las places royales francesas y que se caracterizó por su regularidad y uniformidad, siendo el núcleo simbólico de conexión entre la vieja y la nueva ciudad. Su prematura muerte hizo que su hijo Amadeo abordara la tercera ampliación hacia el Po, con el objetivo de unir la plaza Castello con el puente sobre el río. A su vez, remodela el Palazzo Reale (1646-58) para convertirlo tanto en el centro de la plaza como en el corazón urbano, simbólico y representativo de carácter absolutista del ducado. La racionalidad del plan general y el papel primario de la plaza del Castello, estableció una jerarquía de los nuevos barrios y la unión con la antigua ciudad. Estas tres ampliaciones sucesivas fueron el ejemplo claro del racionalismo urbanístico de los siglos XVII y XVIII cuyo principal objetivo fue confluir la antigua estructura romana con la nueva capital de estilo barroco diseñada por los Saboya.

A principios del siglo XIX se produjo un nuevo cambio en su morfología con el desmantelamiento de la muralla fortificada. Este hecho coincidió el fin del ducado de Saboya y del propio absolutismo. A mediados de este siglo (entre 1861 y 1864) se produce el denominado período de Resurgimiento (proclamación de la Unidad de Italia), donde Turín se convierte en la capital de Italia y muestra su imparable crecimiento industrial. En esta etapa, conviviendo con su armoniosa estructura y su perfecto trazado, se crean las primeras barridas obreras, abandonando su tradicional orden urbanístico e introduciendo un nuevo diseño en abanico tanto de calles como de plazas. Gracias al perfecto trazado de su centro histórico y a las estructuras arquitectónicas y pórticos perfectamente diseñados, las modernas zonas residenciales y la periferia de carácter industrial no desentonaron nada con la antigua imagen aristocrática de la ciudad.

Desde principios del siglo XX, tras la pérdida de primacía política de la ciudad, el desarrollo se caracteriza por ser rápido y poco ordenado, debido al nacimiento y crecimiento de las grandes industrias y a las inmigraciones en masa procedentes del sur del país.

En la imagen se muestra un espacio de carácter urbano en cuyo primer plano se identifican actividades relacionadas con la construcción, en este caso, de lo que parece la fortificación del Palacio Real. En la planicie, situada en la parte inferior derecha, se aprecian con mucho detalle los elementos que demuestran estos trabajos. Podemos ver obreros atareados tanto a un lado como al otro del foso, el andamiaje situado sobre la fortificación y los carromatos de los arrieros que parecen transportar los materiales necesarios para llevar a cabo el trabajo. A su vez, en la parte alta de la explanada se distingue lo que parece ser un asentamiento provisional, con ropas tendidas y mujeres atendiendo dichas labores. Esto nos hace pensar que los obreros destinados a la construcción establecían el campamento en el lugar de trabajo. Destacable es también, en la parte inferior izquierda, al borde del lado derecho del foso, la presencia de dos figuras que parecen discutir o dirigir los trabajos que se están llevando a cabo, es decir, podrían ser los capataces o los arquitectos discutiendo o alguno de ellos exponiendo el avance a quién encargó los mismos. Es evidente que la imagen refleja con claridad y detalle cómo se organizaba una actividad económica de construcción.

Entre los elementos urbanos más importantes, si seguimos la perspectiva de izquierda a derecha que proporciona el autor, es decir, de cerca a lejos, nos encontramos en primer lugar con los muros del Palacio Real (Palazzo Reale), cuya fachada principal se amplió posteriormente. Tras ellos, como apoyadas pesadamente, se erigen dos de las torres más importantes de la ciudad, la cúpula de la Capilla de la Síndone y la de la Catedral de San Juan Bautista. La primera de ellas destaca por su bella y original forma en espiral. Entre ambas, muy cerca de la segunda, se aprecia la pequeña torre de la Iglesia de San Doménico, que destaca por ser el único templo gótico de la ciudad. La perspectiva se aleja conforme nos desplazamos hacia la derecha, pero podemos comprobar que no disminuye el detalle a pesar de la lejanía. Esto permite distinguir en ese trayecto tanto la Basílica Mauriziana como la Consolata, dos de los principales templos del Turín de entonces. Belloto ha conformado adrede la perspectiva para mostrar en un solo vistazo los edificios más importantes. Como horizonte, se sitúan los Alpes, sobre los que se recorta la silueta de los edificios de la ciudad y cuya presencia se justifica por tratarse de uno de sus principales atractivos.

Mediante el análisis urbanístico de la imagen podemos discernir que estamos ante los trabajos de las sucesivas ampliaciones acaecidas entre los siglos XVII y XVIII dentro del reinado de los Saboya. En este caso, los trabajos se centran en el Palazzo Reale, que los Saboya intentaron convertir en el nuevo centro de la ciudad mediante su unión a la antigua urbe. Muy cerca encontramos los edificios más importantes de la época, la Catedral y la Capilla de la Síndone. Esto corrobora el modelo de organización política, donde existía una estrecha unión entre los dos poderes principales, el real y el religioso. El primero queda reflejado en la majestuosidad de su palacio y en la grandiosidad de sus construcciones y el segundo en la nutrida sucesión de edificios de carácter religioso que se muestran.

María José Ramírez Gregorio