La imagen está tomada del libro Civitates Orbis Terrarum, que es un gran atlas de ciudades de Europa editado por Georg Braun y grabado en gran parte por Franz Hogenberg, en 1572. Representa la ciudad de Toledo vista desde las colinas que la rodean, con el río Tajo en primer término y un grupo de personajes que la contemplan vestidos según la moda noble del siglo XVI.
La ciudad se ubica en un lugar clave en la margen derecha del río Tajo, sobre un cerro a unos 100 metros de altura sobre el mismo. Esto le da un fuerte carácter defensivo, puesto que el río actúa de foso natural y hace más impenetrable la ciudad. El Tajo rodea en tres cuartas partes la base del cerro, formando un pronunciado meandro que se conoce como “torno del Tajo”, y solo deja una zona libre. Esta zona, una amplia llanura situada en el lado norte, es la Vega Baja y constituye el único punto de entrada natural a la ciudad. En la imagen se corresponde con los campos del fondo, que eran utilizados para el cultivo agrícola. También servía como descansadero de ganado y zona de pasto. La proximidad del río además aseguraba el abastecimiento de agua tanto para los habitantes como para los cultivos y ganados.
Los primeros asentamientos en esta ciudad datan de época celtíbera, aunque su auténtico desarrollo tuvo lugar durante la romanización. De esa época se conservan numerosos restos arqueológicos, como los de un pretorium en la zona del Alcázar, unas termas y parte de un acueducto por el centro de la ciudad, y un circo en la zona de la Vega Baja. La ciudad alcanzó gran importancia con la llegada de los visigodos, quienes, en el año 418 derrotaron a los alanos y convirtieron a Toledo en la capital de su reino hasta que fue conquistada por los musulmanes en el 711.
La dominación árabe duró hasta que el rey cristiano Alfonso VI reconquistó la ciudad en 1085. Entonces Toledo se convirtió en la capital del reino de Castilla y experimentó un importante desarrollo cultural, plasmado en su Escuela de Traductores y en la construcción de numerosos edificios significativos. La convivencia pacífica en esta época, entre cristianos, judíos y musulmanes, ha llevado a denominar a Toledo la Ciudad de las Tres Culturas.
Lo cierto es que cada grupo social vivía en barrios separados y de cuando en cuando se producían conflictos. Pero el mestizaje y el intercambio cultural era frecuente, permitiendo la unión de tradiciones y costumbres. Esto se refleja en la arquitectura y el arte mudéjar, que es el estilo predominante en Toledo y se materializa por igual en iglesias cristianas, sinagogas judías y mezquitas árabes.
La morfología urbana de Toledo se origina en la Edad Media y es de herencia musulmana. Hablamos de una ciudad con un plano irregular, lleno de calles estrechas entrecruzadas entre sí y edificaciones muy aglomeradas, que forman un entramado laberíntico de callejones, cuestas empinadas, codos y adarves sin salida, muchas veces techados con cobertizos. La Catedral de Santa María ocupa el núcleo de la ciudad, en el mismo lugar donde anteriormente se situaba la sede episcopal del reino hispano-visigodo y mas tarde la mezquita árabe. Por consiguiente, podemos intuir que este lugar ha sido siempre el punto principal del que ha partido el desarrollo urbanístico y constructivo, fuera la religión que fuera. Lo dicho se aprecia perfectamente en la imagen de Hogenberg, en la que se ve claramente destacada la catedral en el centro.
En cuanto a su estructura, la muralla medieval dejó fuera una serie de arrabales que fueron progresivamente incorporados con la ampliación de la ciudad. El río Tajo también actúa como línea de fijación, detrás de la cual sólo se aprecian pequeños grupos de casas, ermitas y edificios aislados. Los puentes de Alcántara y San Martín permitían salvar el río para llegar a las puertas de entrada a la ciudad. Una de las más antiguas es la Puerta del Sol, obra mudéjar de época medieval, y otra más moderna es la Puerta de Bisagra Nueva, de estilo renacentista y carácter monumental. Servían para controlar las entradas y salidas de personas y animales, para el cobro de impuestos sobre manufacturas y alimentos que se introducían en la ciudad, y para honrar desfiles, procesiones y actividades festivas, protocolarias o militares.
Con la llegada de los Reyes Católicos, la ciudad se engrandeció y se construyeron nuevos edificios de carácter civil y religioso. En el siglo XVI alcanzó su mayor esplendor, destacando como cabeza política, religiosa y cultural de España, lo que llevó a formular algunos de los tópicos más reiterados de la época: Toledo como una Nueva Roma o Toledo como la Ciudad Imperial. Los Reyes Católicos mandaron construir el monasterio de San Juan de los Reyes como su futuro mausoleo, y favorecieron la fundación del Hospital de Santa Cruz, dando impulso al arte del Renacimiento, que tendría su mayor expresión unas décadas más tarde con la construcción del Hospital Tavera, en la Vega Baja, y el Alcázar Real, en el punto más alto de la ciudad.
Más o menos hasta el año en el que fue grabada esta imagen, Toledo mantuvo su esplendor e importancia, llegando a contar con una población de 70.000 habitantes. Pero en 1561 la capital de la monarquía se instaló en Madrid y Toledo limitó su importancia al ámbito religioso, como sede primada de la Iglesia española. El traslado de la corte provocó una importante recesión económica y una cierta descomposición de la industria local, que acabó especializándose en la producción de aceros. La industria metalúrgica ha sido de hecho la base económica de Toledo, con una larga tradición en la fabricación de espadas y cuchillos. Entre los siglos XV y XVII experimentó tal auge que las espadas toledanas llegaron a ser consideradas las mejores de Europa. Su producción era llevada a cabo por pequeños artesanos dispersos, que eran supervisados por el gremio de espaderos, encargado de certificar la calidad final de las piezas.
Laura Cristóbal Cantería y Rodrigo Friginal Pérez