Este cuadro de Lorenzo de Quirós muestra el aspecto que adquirió la Calle de Platerías de Madrid (actual Calle Mayor), con motivo de la entrada de Carlos III como rey de España, en 1760. La vista está orientada desde la Puerta del Sol hacia la Casa de la Villa, la cual se distingue al fondo a la izquierda. Enfrente suyo, a la derecha se ve la torre de la Iglesia de San Salvador, que era la sede del gremio de plateros que daba nombre a la calle. Actualmente es el número 70 de la Calle Mayor.
El espacio representado es uno de los ejes más emblemáticos del llamado Madrid de los Austrias. Esta zona no tiene una morfología urbanística planificada, las calles se disponen irregularmente, de manera un tanto arbitraria. El crecimiento sin control de la población, desde que Madrid fue designada capital de la monarquía en 1561, complicó la ordenación de las calles, plazas y espacios públicos, que se acomodaron a la trama medieval preexistente. En su lugar se construyeron pequeñas plazuelas y callejones estrechos e irregulares.
La Puerta del Sol, por ejemplo, fue una construcción sin ningún tipo de planificación, resultante de la demolición de la muralla en ese punto. Sirvió para conectar el centro con vías de acceso desde la periferia, como las calles de Hortaleza y Fuencarral, pero no lo hizo de manera lineal. En cambio, la Plaza Mayor sí fue construida de forma regularizada, como un espacio rectangular diseñado sucesivamente por Juan de Herrera, Juan Gómez de Mora y Juan de Villanueva, entre los siglos XVI y XVIII. Como resultado de ello, se convirtió en un espacio público muy representativo, en el que además de celebrarse fiestas y corridas de toros constituía el centro comercial, mercantil y financiero de Madrid.
A su llegada a Madrid, Carlos III se encontró una ciudad sucia, pobre, fea, sin alumbrado y con graves problemas de salubridad. Por consiguiente, diseñó un plan de reforma urgente que en menos de treinta años cambió la imagen de Madrid para convertirla en una capital emblemática. El plan de reforma, que programó junto con el arquitecto Francisco de Sabatini, consistió en la aplicación de numerosas mejoras. Una de ellas fue la instalación de un pozo séptico en las casas, el cual se limpiaba por las noches con unos carros que el pueblo llamó las «Chocolateras de Sabatini». Otra fue la construcción de canalones para recoger las aguas de la lluvia. Las basuras se empezaron a trasladar a las afueras del casco urbano en vez de dejarlas en mitad de las calles. Se construyeron aceras, se prohibió que los animales anduvieran solos por las calles, se creó un alumbrado nocturno pagado por el pueblo.
Además de todo eso, se inició lo que podríamos considerar el primer ensanche de Madrid, trazando grandes avenidas como los paseos de las Delicias, Acacias y Choperas. En la zona Este se organizó un gran paseo, al estilo de los «salones» franceses, sobre el Prado de los Agustinos Recoletos. El futuro Paseo del Prado cerró de esta forma el Madrid de los Austrias, sirviendo de línea de fijación que separaba el casco antiguo de la futura ampliación urbanística. La zona, conocida como el Madrid de los Borbones, se embelleció con fuentes como las de Neptuno, Apolo y Cibeles, y otros monumentos como la Puerta de Alcalá.
La capital adquirió así una imagen monumental y a la vez emblemática, modificando no sólo su aspecto urbanístico y arquitectónico, sino también sus costumbres sociales y sus hábitos culturales y de ocio, acordes con las nuevas ideas de la Ilustración. La imagen que analizamos aquí, no obstante, recoge la tradición barroca de adornar los espacios urbanos con tablados y arquitecturas efímeras de cartón-piedra para celebrar algún acontecimiento importante. En el diseño y decoración de estos elementos participaban los principales artistas de la corte y se gastaban grandes sumas de dinero, transformando la imagen de la ciudad de forma espectacular.
Ana Martín de la Sierra García