GUADALAJARA (Anton Van Der Wyngaerde, 1565)
Guadalajara se localiza en el centro de la Península Ibérica en el valle que forma el río Henares. Desde su fundación ha tenido una posición privilegiada en la orilla izquierda del río. Su emplazamiento entre dos barrancos en la parte más elevada de la meseta castellana le ha permitido gozar durante siglos de un importante valor estratégico, ya que es una zona de paso en las redes de comunicaciones entre el norte y el sur de la península.
Es una ciudad de origen medieval, como podemos advertir rápidamente en la imagen al visualizar la muralla que bordea la ciudad, las calles de trazado irregular y la poca altura de los edificios, exceptuando los religiosos y los restos del dominio árabe. Esta mofología suele identificarse con el casco histórico actual de las ciudades, cosa que también sucede en Guadalajara.
La muralla fue construida por los árabes antes del siglo X. Formando parte de este recinto amurallado están el Alcázar Real y los torreones de El Alamín y Alvarfañez. Los tres tenían un carácter defensivo. Al Alcazar, también de origen árabe, se le atribuye una función militar y de centro de operaciones para la lucha contra los pueblos cristianos durante la Edad Media.
Tras la reconquista cristiana, la mezquita fue destruida y se construyó encima la actual Concatedral de Santa María, por aquel entonces llamada iglesia de Nuestra Señora de la Fuente. Desde entonces ha ejercido de núcleo religioso de la ciudad junto con las iglesias de la Merced, San Gil (hoy destruida) y San Esteban.
Entre los hitos urbanos que marcan la estructura de la ciudad destaca por último el puente que atraviesa el río Henares. Se considera la construcción más antigua que se conserva hoy en la ciudad, datándose entre los siglos X y XI, a pesar de que hasta fechas bien recientes se pensó que su origen era romano. En el dibujo de Wyngaerde aun se conserva la torre de cobro de impuestos en mitad del puente. A este tipo de impuesto se le conoce como impuesto de pontazgo y era habitual en la Edad Media. Los comerciantes pagaban un impuesto por entrar a la ciudad y vender sus productos. Solo estaban exentos de pagar el mismo los habitantes de la villa.
Las actividades de Guadalajara eran las propias de un burgo medieval, es decir, mayoritariamente comerciales y artesanales, pero también agrícolas. Las plantaciones que bordean la ciudad eran generalmente para el autoabastecimiento aunque también comerciales, ya que Guadalajara se sitúa en la Gran Vía Augusta que comunicaba Mérida con Zaragoza y siempre ha tenido una gran importancia en estas rutas comerciales y con el resto de municipios cercanos, como por ejemplo para el abastecimiento de la ciudad de Madrid.
La vida política de la ciudad era controlada por los duques del Infantado (de la familia Mendoza) y de ellos dependía la mayor parte de las actividades económicas que se desempeñaban en la época. Estos hicieron que la ciudad tomara un nuevo motor económico guiado por sus expectativas durante el siglo XVI. Se alojaban en el Palacio del Infantado, edificio que alcanzó tal esplendor que en 1560 acogió la boda del rey Felipe II con su tercera mujer. Al final de este siglo la ciudad vivió su mayor prosperidad, llegando a tener una población de 9.500 habitantes.
En la actualidad la ciudad se ha expandido y las tierras que en la parte inferior del paisaje están siendo cultivadas por los campesinos, se corresponden hoy con la estación de tren de cercanías.
Sergio Álvarez García