Esta pintura de la ciudad de San Sebastián (Guipúzcoa), realizado a mediados del siglo XIX, se encuentra actualmente en el Museo San Telmo de la ciudad. Fue pintado después de la quema de la ciudad por los ingleses en 1813, pero no se sabe la fecha exacta ni tampoco su autor. Pensamos que fue dibujado entre esa fecha y 1863, puesto que en este último año demolieron las murallas. La zona representada en el cuadro es el casco viejo con la playa de la Concha y el puerto a los pies del Monte Urgull, situado al fondo, donde se distingue el Castillo de la Mota en la cumbre. La zona ocupada por viviendas es lo que ahora se llama Parte Antigua y es lo que constituye la parte intramural de la ciudad, construida después del incendio.
Aunque se puede hablar de una prehistoria con asentamientos humanos y un establecimiento eclesiástico en lo que hoy llamamos El Antiguo, la fundación de San Sebastián data de 1180, año en que el monarca Sancho VI el Sabio de Navarra otorga un fuero fundacional a los pobladores de la villa. Considerada como la “Llave de Francia”, San Sebastián cobró a mediados del XVI un singular valor estratégico y militar en la defensa de la frontera. Esto conllevó la construcción de importantes fortificaciones, que convirtieron a la villa marítima y comercial en una plaza militar.
Nada más observar el cuadro, nuestra mirada se dirige hacia el Monte Urgull, donde observamos líneas tangentes en sus laderas, indicando que era una zona de fortificación. Dibujado en lo alto del monte se encuentra el Castillo de la Mota, cuya importancia se adquirió en época de la Reconquista y ya a partir del siglo XVI. En la parte derecha de las laderas, podemos ver la ciudad intramural del Antiguo Régimen, y en la parte izquierda, el puerto marítimo. Aunque no se aprecia bien en el cuadro, la parte derecha de este monte engloba la desembocadura del río Urumea en el mar Cantábrico. Por último, en la parte central de sus laderas, podemos ver el puerto marítimo de la ciudad, bien construido en el siglo XV en la época de los Reyes Católicos.
San Sebastián, ciudad encorsetada por las murallas, fue totalmente invadida por los franceses en 1808. Entonces contaba con poco más de 5.000 habitantes distribuidos en 588 casas en su distrito intramural y menos de 4.000 en los barrios y partidos extramurales de San Martín, Santa Catalina, Amara, Ayete, el Antiguo (monasterio de San Sebastián, actual Palacio de Miramar), Ulía, Loyola, Ibaeta, etc. En el incendio y destrucción de San Sebastián realizado por los ingleses el 31 de agosto de 1813 murieron más de mil donostiarras. Otros tres mil, de las clases de mayor nivel social habían huído, merced a la orden de evacuación del gobernador de la plaza, a caseríos y poblaciones próximas de la provincia. Los barrios extramurales habían sido destruidos en los preliminares del sitio. Al final de la contienda, en la ciudad solamente quedaron en pie treinta y seis casas, situadas en la calle de la Trinidad. Las secuelas del incendio provocaron la ausencia de lo más elemental para la subsistencia. Por esta causa fallecerían un tercio de los supervivientes. Después de lo que pasó, la ciudad volvió a construirse de nuevo y en 1840 había ido recobrando la normalidad, alcanzando los 10.000 habitantes, que fueron incrementándose constantemente. A partir de la década de 1860, tras derribarse la muralla, San Sebastián se convirtió en una ciudad progresista y de veraneo, evolucionando hasta nuestros días. La playa de la Concha une la zona ampliada extramuros con el enclave de Lo Antiguo, llamado así por el monasterio situado en lo alto de esta parte. Este monasterio tuvo poca duración, puesto que acabó siendo de propiedad de la monarquía española; primero para el Condado de Moriana del Río y después como casa veraniega de la Corte, en época de la reina María Cristina.
Primero como plaza estratégica militar, después como puerto para el comercio marítimo, y más tarde como zona vacacional, San Sebastián ha sabido crecer como ciudad nueva y moderna. Añadamos el comentario de Arozamena (1963) que resume lo dicho: «El siglo XIX no se portó bien con San Sebastián: cenizas en 1813; los Cien Mil hijos de San Luis en 1823; cólera en 1834; bloqueo carlista de 1835 a 1837; nueva epidemia colérica en 1858; otro asedio de los carlistas de 1875 a 1876… Únanse estos graves y bélicos acontecimientos a infinitos motines y pequeñas revoluciones, pero el donostiarra está lleno de entusiasmo, de fe en sí mismo y de algo que es infinitamente más serio: de fe en su pueblo».
Eva Torres González